La incertidumbre, el clima de terror, el sometimiento, la tortura, el
trabajo forzado, el cansancio y la pena pudieron con muchos.
A 30 años del golpe militar muchos esperaban saber la verdad,
pero la verdad no en la medida de lo posible, sino la verdad con su
rostro duro y amargo, por dura y terrible que esta se muestre.
Los pedazos de historia ya han comenzado a surgir desde varios lugares.
Muchos que callaron piensan en hablar y muchos que creyeron que no serían
tocados por la justicia temen a la ciega y justa espada de la ley.
En Isla Dawson hubo abusos, hubo penas, dolor, tortura, miedo, frío
y hambre. Recientemente un grupo de quienes permanecieron detenidos
en este lugar han manifestado su deseo de volver a terminar uno de los
trabajos forzados a los que fueron sometidos, poner los pastelones de
ingreso a la iglesia de esta isla, cada uno con los nombres de los detenidos.
La Armada manifestó su rechazo, aludiendo que éste sería
un gesto político, y los aludidos alegan su derecho a pisar territorio
nacional y a terminar un trabajo iniciado hace 30 años, a cerrar
un círculo.
Camilo Salvo, ex alcalde de Temuco y ex diputado durante 1973 es uno
de ellos, aún conserva las piedras talladas con alambres que
envió a su esposa Elizabeth, las cartas de su hija y los dibujos
de Miguel Lawner, donde aparece cortando troncos junto al ex ministro
de Educación, Aníbal Palma o cargando madera junto a sus
compañeros entre las alambradas.
Como parte de las cientos de personas que sufrieron en Dawson, Salvo
accedió a revelar sus recuerdos, a relatar su lucha por la sobrevivencia,
la tortura y a recordar a los que se ya no están y que se fueron
luchando por despertar de la pesadilla.
"Yo
estuve en Dawson"
*
"Aprendí a dormir cada 29 minutos, sabía que vendrían
y prefería estar despierto (...)", recuerda.
*
"El 24 de noviembre, junto a Julio Stuardo, Anselmo Sule, Luis
Corvalán y Pedro Felipe Ramírez, fuimos subidos a un helicóptero
de la FACh que nos trasladó hasta la Escuela de Aviación
para ser llevados a Punta Arenas. Desde este destino nos subieron a
una barcaza para llegar hasta la Isla Dawson".
Las últimas palabras de Allende marcaron un hito y su suicidio
también. El dolor caló hondo. Se había ido "el
Chicho", se había acabado la UP y la fuerza del metal se
impuso por sobre las ideas de un gobierno socialista elegido democráticamente.
Muchos fueron perseguidos. Algunos optaron por emigrar a otros países
y, el resto, optó por enfrentar el nuevo régimen a costa
de su sangre, del dolor de la tortura o de la pérdida de la libertad
en un campo de concentración.
Camilo Salvo, diputado radical de la época, fue uno de ellos.
Detenido en la Isla Dawson por ocho meses, donde incluso perdió
su nombre, asignándosele la letra y número S-36; estuvo
dos años recorriendo distintos campos de concentración,
donde el dolor, la desesperanza y la impotencia, no fueron ajenos.
Treinta años después, aún retumba el eco de sus
recuerdos, atados a las páginas amarillentas escritas por su
esposa y sus hijas, algún dibujo infantil que fue testigo de
las frías barracas y que permitieron a este hombre oler el amor
de su familia en medio de un entorno oscuro, de miedo y tortura.
Detensión.
A
sus 37 años asumió el golpe militar sin poseer en la época
la formación política para enfrentar este quiebre. "De
lo único que me preocupé fue de ir a buscar a mi mujer
y a mis cuatro hijas a Santiago. Salí clandestinamente de Traiguén
para hacerlo y volví. Me presenté al regreso voluntariamente
al Regimiento Miraflores; alcancé a estar 24 horas con arresto
domiciliario y me fueron a buscar a las 12 de la noche. Me llevaron
encadenado de manos y con grilletes en los pies a la cárcel".
"Dos distinguidas personas de Traiguén fueron a hablar con
el comandante del Regimiento, Elio Bacigalupo, para pedirle que me fusilaran,
ya que con ese hecho -según ellos- se daría una señal
firme a quienes pretendieran levantarse contra el nuevo régimen.
Pero el comandante era casado con una mujer de Traiguén, hija
de un distinguido hombre público que había sido gobernador
durante los gobiernos radicales, de tal manera que no aceptó,
me imagino, porque tenía mayor conocimiento de lo que ocurría".
Salvo intenta recordar detalles, se quita los lentes y observa las fotografías
y dibujos que guarda con celo, las mira, las acaricia. Hombres vendados
caminando por un pasillo o cargando troncos en sus hombros hasta el
campo de concentración de la Isla Dawson y cartas de su esposa
e hijas completamente cercenadas por el censor.
Vuelve sus recuerdos a Traiguén y reinicia su relato con voz
baja. "Me acuerdo que en Traiguén estuve cinco días
y sólo fui interrogado una vez por el fiscal militar, capitán
Bravo. Fue un paseo, sus preguntas tontas y ridículas no me asustaron.
Dónde estaban las armas, a quiénes íbamos a matar,
no sé. Cuando empezó el interrogatorio estaba esposado
y me pusieron una metralleta en la sien. El capitán me dijo:
`Yo sé todo y si no me confirma lo que yo sé, voy a disparar';
entonces le dije, `mire, si va a disparar no me lo diga, porque no le
voy a poder contar a nadie, pero si no va a disparar, tampoco me lo
diga, porque voy a salir contando que usted me amenazó y no cumplió.
Al final terminamos tomando café y fumándonos un cigarrillo,
él comprendió que yo no sabía nada de armas y que
no tenía planes de destruir el país. Estuve cinco días
allí y después me enviaron en un avión particular
a la Escuela Militar".
Escuela
Militar.
Al
llegar a la Escuela Militar, la incertidumbre comenzó a crecer
respecto a cuánto tiempo permanecería en ese lugar. "Con
el primero que me encontré y que me dio un abrazo, fue con Raúl
Ampuero, ex senador y secretario general del PS, quien se había
querellado contra mí por injurias. Me abrazó y quedamos
juntos en la misma habitación".
Escuchar por las noches simulacros de fusilamiento desgastaban el espíritu
de quienes permanecían detenidos, los vejámenes y el dolor
comenzaron a golpear la fortaleza de los detenidos. "A partir de
las 12 de la noche en la Escuela Militar éramos sometidos a una
tortura muy particular. Cada 30 minutos ingresaba un grupo de jóvenes
alféreces, se abría la puerta, a veces lentamente y, otras,
de manera agresiva. Teníamos la orden de no movernos cuando ellos
ingresaban, porque nos podían disparar y tampoco podíamos
hablarles".
"Sistemáticamente, cada media hora entraba esta guardia
y nos tocaban con la ametralladora `¡Cómo te llamai!',
ni siquiera era cómo te llamas, ni tampoco era una pregunta,
era exclamación y bien fuerte, pero como cuando uno está
incomunicado quiere hablar, yo le respondía: `Camilo'; `¡Qué
más puh!' y respondía: Salvo; ` y qué erai vos':
abogado; ¡pero qué erai políticamente': diputado;
¡de qué partido!: del Radical. Bueno, así era toda
la noche, con las mismas preguntas y el mismo diálogo. Al otro
día era otro diálogo, preguntaban la fecha y trataban
de confundirnos".
"Otras veces se paraban frente a la cama mientras dormíamos
y hacían caer sus cascos en la baldosa. Se reían cuando
despertábamos asustados, era un juego para ellos. Una vez me
perdí, me dijeron que mostrara las muñecas y estaba tan
cansado que no sabía a qué muñecas se referían,
yo no tenía juguetes ahí, hasta que después de
varios gritos y apremios con la metralleta mostré mis manos y
muñecas. Supimos después que otro detenido se había
cortado las venas y que por eso nos pedían mostrar las muñecas".
"Aprendí a dormir cada 29 minutos, sabía que vendrían
y prefería estar despierto, mi mente se acostumbró a sus
relojes".
"Estuvimos hasta el 27 de septiembre de 1973 con Anselmo Sule,
senador y presidente del PR; Pedro Felipe Ramírez, ministro de
Minería de Allende, primer marido de Olaya Tomic quien fue la
segunda mujer de Eduardo Díaz Herrera y con quien bautizamos
una hija en el campo de concentración; Pascual Barraza y Julio
Stuardo. El 27 de septiembre detienen a Luis Corvalán, secretario
general del PC y en ese momento nos incomunican a todos y permanecí
desde ese día hasta el 24 de noviembre absolutamente incomunicado".
"El 24 de noviembre, junto a Julio Stuardo, Anselmo Sule, Luis
Corvalán y Pedro Felipe Ramírez, fuimos subidos a un helicóptero
de la FACh que nos trasladó hasta la Escuela de Aviación
para ser llevados a Punta Arenas. Desde este destino nos subieron a
una barcaza para llegar hasta la Isla Dawson".
La
isla triste.
La
isla Dawson se ubica en el Estrecho de Magallanes, al extremo sur de
Chile, a 100 kilómetros al sur de Punta Arenas. Este pedazo de
tierra ha sido testigo de miles de muertes y de abusos a los derechos
humanos durante la historia de nuestro país.
En el siglo XIX, la isla fue usada como campo de concentración
para los Selkman (Onas) y otros pueblos indígenas. En 1890, el
gobierno chileno dio la Isla Dawson en concesión por 20 años
a misioneros Salesianos provenientes de Italia, con el fin de educar,
cuidar y socializar a los indígenas.
No sería sino hasta 1973 cuando esta isla volvería a oler
la sangre de chilenos, quienes fueron mantenidos cautivos en un escalofriante
sector cerrado con alambradas y focos hasta octubre de 1974.
*
En la Isla Dawson el grupo estuvo 8 meses, hasta el 11 de mayo del `74.
Cerca
de 30 destacados políticos involucrados en el derrocado gobierno
de la Unidad Popular de Allende fueron enviados a Dawson, después
del golpe, junto con unos 200 prisioneros de la localidad.
Entre los detenidos de la UP se encontraba Orlando Letelier, Benjamín
Teplinsky, Jaime Tohá, Sergio Bitar y Camilo Salvo.
Dawson, una extensión de tierra de unos 2 mil kilómetros
cuadrados, tenía capacidad para mil 500 prisioneros, aunque de
acuerdo con información entregada por Cruz Roja Internacional,
el 29 de septiembre de 1973, había 99 presos políticos
en la isla. Otras cifras hablan de hasta 400 presos recluidos en cuatro
barracas.
Los miembros del gobierno de la UP, ministros, senadores o diputados,
eran separados de los demás presos, quienes eran obligados a
realizar marchas y formaciones militares, hacer ejercicios y realizar
trabajos forzosos.
Su trabajo consistía en instalar postes y cables, llenar camiones
con bolones, limpiar caminos, excavar canales, acarrear sacos de ripio
al trote, y recolectar helechos en descomposición de un pantano,
para ser usados como abono.
Simulacros de ejecuciones y acoso generalizado eran prácticas
comunes al interior de la isla, donde existían tres categorías
de celdas. En el nivel uno el prisionero contaba con ropa y frazadas,
en el nivel dos no se le daba frazadas, y en el tres se les negaba acceso
a ambas cosas.
Mas
segura que la Escuela Militar
"Para
mí el envío a la Isla Dawson era más seguro que
estar en la Escuela Militar".
"Llegamos allá y nos metieron en una pieza a los cinco y
de pronto siento un golpeteo en la pared desde la pieza contigua. Una
voz me preguntó `¿Quiénes son ustedes?, yo soy
Osvaldo Puccio, el secretario del Presidente y estoy con mi hijo'. Después
le di los nombres de quienes habíamos llegado y al otro día
nos presentamos".
Al llegar a Dawson, Salvo comenzó a temer lo que se había
cuestionado en un principio, el tiempo de detención. "Pensamos
que a quienes no nos fusilaran íbamos a estar ocho o nueve años,
lo cual es una cosa histórica. En Grecia, en España, en
Portugal y en los campos de Stalin, los presos estuvieron hasta 15 años
y claro, después ya surgían las bromas sobre quiénes
iban a estar más tiempo y todos decíamos que Lucho Corvalán
iba a apagar la luz".
Según el relato de Camilo Salvo, la jefatura de este campo de
concentración cambiaba cada dos semanas. "Cada 15 días
los carceleros empiezan a hacerse amigos de los presos, por lo que los
rotaban. Cuando llegaban se daban cuenta que éramos personas
normales, que leíamos mucho. Nosotros celebramos la Navidad y
Año Nuevo con un acto en Dawson, con coro y con teatro; éramos
personas ligadas a la lectura y al arte".
"Aniceto Rodríguez, subió al escenario y cantó
"Si tuviera un martillo", nos fortalecimos con su canto; incluso
pasó algo divertido en Año Nuevo, porque llegó
el jefe del campo de concentración a darnos un abrazo a cada
uno y a desearnos feliz año. Después, típico de
militares, nos dio un discurso, donde expuso que todos éramos
chilenos, que quería que pronto nos reuniéramos con nuestros
seres queridos y termina su discurso diciendo que aquel que nada haya
hecho, nada tenía que temer, `na que ver, na que temer'. Esa
frase fue blanco de burlas y risas al día siguiente".
Pesadilla
Salvo
guarda silencio por un momento y recuerda los gritos y el llanto de
los torturados por las noches y la humedad y el frío de este
lugar austral. La comida era poca, una mezcla de agua con leche por
la mañana acompañada con pan; al almuerzo un plato de
lentejas con pan y, por la tarde, otro plato de lentejas con pan, eran
los alimentos que componían la dieta diaria.
"Claro que cuando bajaba la marea, mientras trabajábamos
cargando arena al camino, nos avalanzábamos a recoger mariscos,
sabíamos que teníamos que comer otras cosas si no queríamos
debilitarnos y enfermar, así es que aprovechábamos esos
momentos".
En medio de estos duros recuerdos, Salvo explicó que la situación
más difícil de sobrellevar en Dawson fue la muerte de
José Tohá, ministro del Interior de aquel entonces y hermano
de Jaime Tohá, actual intendente de la VIII Región.
"Alguien introdujo una radio de onda corta, me imagino que fueron
los curas. A las 11 ó 12 de la noche escuchábamos la radio
Moscú, con una antena de alambre que sacamos por el tubo de la
estufa que quitábamos en el día para que no lo descubrieran;
además éramos los encargados de transmitir las noticias
a los demás".
"Los que normalmente escuchaban la radio eran Osvaldo Puccio, hijo;
Jaime Tohá y yo. Eramos nosotros porque teníamos que tener
cuidado que esto no se descubriera, porque aparte de que requisarían
la radio, más de alguien sufriría las consecuencias".
"Estábamos a las 17 horas leyendo un poema de García
Lorca, mientras Jaime Tohá estaba tapado con una frazada escuchando
la radio muy silenciosamente; de pronto Jaime soltó la radio
y la frazada y lanzó un sollozo tremendo, un lamento visceral
y dijo: "mataron a José", su hermano. Fue terrible,
algunos querían salir a enfrentar a la guardia, a generar un
choque que podría haber producido muchas muertes, hasta que nos
calmamos".
"El jefe del campo reaccionó bien, dijo que en la tarde
no formaríamos; porque todos los días formábamos
para cantar el himno nacional y otros temas que se le ocurrían
al sargento y nos tenía allí de pie muchas horas, así
es que bajó la presión. Después le dieron la noticia
a Tohá oficialmente".
Trabajos
El
trabajo de los prisioneros era diverso, debían reconstruir la
iglesia del lugar, hacer caminos, instalar postes telefónicos
y cargar a su regreso troncos en sus hombros, picarlos y hacer leña.
"Ibamos a la orilla del mar a buscar arena para el camino. El primer,
segundo y tercer viaje no se notaban, pero después era un dolor
espantoso, el frío era terrible, más aún cuando
te mojas y no puedes secarte".
"Algunos compañeros que eran diabéticos y gordos
sufrieron mucho, además siempre teníamos hambre y no contábamos
con medicina en caso de enfermarnos. Soportamos el peor sufrimiento.
A veces nos hacían estar de rodillas, encapuchados y con las
manos amarradas en la espalda, pero con el tiempo uno le agradece a
la vida haber podido salir íntegro de una situación como
ésta, porque hay gente que no pudo, personas que no lo lograron".
"Recuerdo que junto a nuestra barraca había otra que estaba
a medio construir, bueno, había cuatro, donde se mantenían
como 500 personas detenidas, pero se me ocurrió que cada vez
que íbamos a buscar la comida, sacáramos un palito de
esta construcción y así lo hicimos. Cuando pasábamos,
sacábamos un palito, porque sabíamos que se estaba haciendo
para traer más gente y un día hubo un fuerte temporal
y el viento hizo el resto, desplomó esta construcción.
Después nos reíamos, fue una pequeña victoria".
Fortaleza
Salvo
se detiene por un momento y acaricia un collar que, en su centro, muestra
una piedra negra que tiene talladas dos ballenas. "Cuando uno está
detenido se enamora más de su mujer y ansía demostrar
el amor a sus hijas. Aprendí a tallar piedras, sacábamos
alambres gruesos de unos cercos en el campo y fabricábamos una
especie de formones, recogíamos piedras en el mar y las tallábamos.
Eso servía para mantener ocupada nuestra mente en otras cosas.
Se las enviaba a mi esposa a través de personal de la Cruz Roja.
Aún en ese sitio vimos gente buena".
La correspondencia que le enviaba su mujer, Patricia del Canto, era
previamente censurada y cortada con tijeras en algunos párrafos,
lo mismo ocurría con las cartas que le enviaba su hija de cinco
años, Patricia Salvo, algunas de ellas también fueron
cortadas.
"Era terrible saber que mi correspondencia era leída antes
que me la entregaran. Era lo único que me quedaba, lo que me
mantenía vivo, mis hijas y mi mujer. Saber que alguien vulneraba
eso me provocaba impotencia y mucha rabia, leían las cosas que
mi mujer me enviaba, incluso una vez mi mujer me escribió varias
veces: te amo, te quiero, te amo, te amo y, un militar, el censor, escribió
junto a eso: `señora, si su marido sabe que lo ama'. ¿Te
imaginas la rabia?, se metió en esa carta, se metió en
el mensaje de mi esposa, ni siquiera era dueño de eso".
Dos
años cautivo.
En
la Isla Dawson el grupo estuvo 8 meses, hasta el 11 de mayo del `74;
de allí Camilo Salvo fue enviado a "Las Melosas", un
campo de concentración de Carabineros cercano al Cajón
del Maipo, donde recibió la identificación de P-6; de
allí fue enviado a "Ritoque", posteriormente fue derivado
a la Penitenciaría, después fue llevado a Capuchinos,
de allí a "Puchuncaví", para volver después
a "Ritoque". Posteriormente fue derivado a "Tres Alamos",
para ser expulsado finalmente del país, después de haber
permanecido dos años cautivo en distintos campos de concentración.
"Me fui a Suecia, después estuve 14 meses en La Habana y
luego me fui a España antes de volver a Chile en 1985".
Fuente:
Diario "Austral" (Temuco).